NO PUEDO CELEBRAR LA NAVIDAD
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NO PUEDO CELEBRAR LA NAVIDAD
Había pasado la Navidad, y no había sido capaz de acercarse al belén. Bueno en realidad ni siquiera hizo el ademán de sacar las figuras; y eso que ya tenían una buena colección, era ella la que lo ponía siempre, incluso había pensado cerrar la terraza para tener mas sitio, y ese año nada. No lo decía, pero lo cierto es que la sola idea de estas fechas ahora, la ponian mala.
Han pasado solo 7 meses, es poco tiempo aún, decían, perder un hijo… y de esa forma.
Su marido sacó las figuritas, pensando que poco a poco se iría acercando y montó el belén con los niños, que ajenos a todo reían y cantaban villancicos, porque los niños, ya se sabe…
Ella pasaba por delante deprisa sin mirarlo, en realidad no sabía por qué no podía acercarse. El portal ejercía sobre ella una atracción fuerte, nueva, que la hacía vacilar, quería acercarse a la Virgen y al Niño, pero una fuerza superior la detenía en el último momento. Un rechazo súbito y violento, casi una nausea, la hacia separarse y no podía ni mirarlos. Sin embargo sentía la mirada de María clavada en ella, temía volverse y encontrar sus ojos mirándola. Esa sensación le duró todas las Navidades. Luego, retirado el belén, desapareció de repente, y ella siguió en su no-vida diaria.
Pasaron tres meses mas, llegó la Semana Santa y ella seguía así, vacía, sin exteriorizar su pena, sin un reproche, sin un llanto. Mantenía su ritmo de siempre, la rutina. En su casa comenzaban a alarmarse hubiesen preferido verla furiosa o llorando todo menos con esa mirada ida, ese vacío que tanto les estaba preocupando. Su marido, sus hijos, su madre, todos notaban que les hablaba, pero que no los veía, era amable y servicial con ellos, pero sin afecto ninguno, ella que siempre había sido cariñosa.
Salía a la calle, paseaba, oía las procesiones y en un primer momento parecía que iba a acercarse, aunque enseguida se detenía. Sufría un estremecimiento, una especie de convulsión pequeña, casi imperceptible, la verdad es que nadie lo habría notado y entonces cambiaba de dirección. La antigua sensación de las navidades, había regresado tan súbitamente como desapareció, va por las calles y la siente, sus ojos la seguían no importa lo que hiciese, a través de las puertas, de los puentes.
Le sucedió varias veces, parecía que una determinación interna la hiciera acercarse al barullo de la procesión, pero en cuanto veía acercarse el palio meciendose a lo lejos, giraba y volvía a su casa lo mas deprisa que podía.
Su marido le decía ¿No esperamos a la Virgen?, y ella pretextaba cualquier cosa, que le dolían los pies, que se había hecho tarde….
Y así hasta el Viernes Santo, como otras veces habían comenzado a acercarse a la procesión, pero esta vez el sentimiento se hizo mas fuerte casi la ahogaba. Pasaba el Santo Entierro, vio al Cristo muerto dentro de su urna de cristal , y algo le estalló dentro del pecho. Aguantó como pudo y sin respirar, vio como poco a poco, lentamente mecida, se acercaba la Soledad, con su paso sin palio, con su vestido negro, con el pañuelo blanco que le dibuja el cuello. Y entonces como una sonámbula comenzó a andar por entre la gente, entró en la procesión, su marido al principio ni se dio cuenta y siguió hablando solo sin notar su ausencia.
Ella ya no andaba, corría hacia el paso de la Virgen como una loca con la cara desencajada y una expresión tal que paró en seco al hermano mayor que se había acercado para detenerla. El hombre al ver su determinación se echó a un lado, el marido que ya la había visto llegó corriendo detrás pero también se detuvo, por un gesto de la vara del penitente.
Se hizo un silencio impresionante, de repente todos los presentes habían reparado en aquella mujer, fuera de sí, en jarras ante la Virgen con gesto desafiante a punto de romper a hablar en cualquier momento. La gente debió pensar que iba a arrancarse con una saeta, así que nadie intervino. Ella mientras tanto se esforzaba en articular las palabras que no conseguía pronunciar, y por fin rompió, casi un año de sufrimiento callado, de dolor anestesiado le estallaron en un momento, la ira contenida tanto tiempo brotó sin control, libre al fin y con una voz mezcla de sarcasmo y llanto increpó a la Señora, que estaba detenida justo delante:
– ¡Qué!, ¿Y ahora qué?, ahora ya estoy aquí. Ahora ya me entiendes, ya puedo mirarte. Ya estamos solas las dos, tú y yo, madre a madre, frente a frente.
Diciendo esto rompió a llorar mirando a la Virgen con gran violencia, pero en ese cruce de miradas con la imagen, en ese segundo tan largo, se vio reflejada en sus ojos, vio su mismo dolor, y por primera vez en casi un año sintió el alivio del llanto, pasó de la ira a la tristeza. Lloró, y de pronto volvió a ver a su marido, y escuchó sus palabras de consuelo, y sintió que su hijo no estaba tan lejos, y comprendió.
Comprendió, lo mismo que había comprendido la Virgen, que ya majestuosa se alejaba con su mágica cadencia. El año próximo volvería como Ella a sentir la Navidad.
Artesana, 2007
Han pasado solo 7 meses, es poco tiempo aún, decían, perder un hijo… y de esa forma.
Su marido sacó las figuritas, pensando que poco a poco se iría acercando y montó el belén con los niños, que ajenos a todo reían y cantaban villancicos, porque los niños, ya se sabe…
Ella pasaba por delante deprisa sin mirarlo, en realidad no sabía por qué no podía acercarse. El portal ejercía sobre ella una atracción fuerte, nueva, que la hacía vacilar, quería acercarse a la Virgen y al Niño, pero una fuerza superior la detenía en el último momento. Un rechazo súbito y violento, casi una nausea, la hacia separarse y no podía ni mirarlos. Sin embargo sentía la mirada de María clavada en ella, temía volverse y encontrar sus ojos mirándola. Esa sensación le duró todas las Navidades. Luego, retirado el belén, desapareció de repente, y ella siguió en su no-vida diaria.
Pasaron tres meses mas, llegó la Semana Santa y ella seguía así, vacía, sin exteriorizar su pena, sin un reproche, sin un llanto. Mantenía su ritmo de siempre, la rutina. En su casa comenzaban a alarmarse hubiesen preferido verla furiosa o llorando todo menos con esa mirada ida, ese vacío que tanto les estaba preocupando. Su marido, sus hijos, su madre, todos notaban que les hablaba, pero que no los veía, era amable y servicial con ellos, pero sin afecto ninguno, ella que siempre había sido cariñosa.
Salía a la calle, paseaba, oía las procesiones y en un primer momento parecía que iba a acercarse, aunque enseguida se detenía. Sufría un estremecimiento, una especie de convulsión pequeña, casi imperceptible, la verdad es que nadie lo habría notado y entonces cambiaba de dirección. La antigua sensación de las navidades, había regresado tan súbitamente como desapareció, va por las calles y la siente, sus ojos la seguían no importa lo que hiciese, a través de las puertas, de los puentes.
Le sucedió varias veces, parecía que una determinación interna la hiciera acercarse al barullo de la procesión, pero en cuanto veía acercarse el palio meciendose a lo lejos, giraba y volvía a su casa lo mas deprisa que podía.
Su marido le decía ¿No esperamos a la Virgen?, y ella pretextaba cualquier cosa, que le dolían los pies, que se había hecho tarde….
Y así hasta el Viernes Santo, como otras veces habían comenzado a acercarse a la procesión, pero esta vez el sentimiento se hizo mas fuerte casi la ahogaba. Pasaba el Santo Entierro, vio al Cristo muerto dentro de su urna de cristal , y algo le estalló dentro del pecho. Aguantó como pudo y sin respirar, vio como poco a poco, lentamente mecida, se acercaba la Soledad, con su paso sin palio, con su vestido negro, con el pañuelo blanco que le dibuja el cuello. Y entonces como una sonámbula comenzó a andar por entre la gente, entró en la procesión, su marido al principio ni se dio cuenta y siguió hablando solo sin notar su ausencia.
Ella ya no andaba, corría hacia el paso de la Virgen como una loca con la cara desencajada y una expresión tal que paró en seco al hermano mayor que se había acercado para detenerla. El hombre al ver su determinación se echó a un lado, el marido que ya la había visto llegó corriendo detrás pero también se detuvo, por un gesto de la vara del penitente.
Se hizo un silencio impresionante, de repente todos los presentes habían reparado en aquella mujer, fuera de sí, en jarras ante la Virgen con gesto desafiante a punto de romper a hablar en cualquier momento. La gente debió pensar que iba a arrancarse con una saeta, así que nadie intervino. Ella mientras tanto se esforzaba en articular las palabras que no conseguía pronunciar, y por fin rompió, casi un año de sufrimiento callado, de dolor anestesiado le estallaron en un momento, la ira contenida tanto tiempo brotó sin control, libre al fin y con una voz mezcla de sarcasmo y llanto increpó a la Señora, que estaba detenida justo delante:
– ¡Qué!, ¿Y ahora qué?, ahora ya estoy aquí. Ahora ya me entiendes, ya puedo mirarte. Ya estamos solas las dos, tú y yo, madre a madre, frente a frente.
Diciendo esto rompió a llorar mirando a la Virgen con gran violencia, pero en ese cruce de miradas con la imagen, en ese segundo tan largo, se vio reflejada en sus ojos, vio su mismo dolor, y por primera vez en casi un año sintió el alivio del llanto, pasó de la ira a la tristeza. Lloró, y de pronto volvió a ver a su marido, y escuchó sus palabras de consuelo, y sintió que su hijo no estaba tan lejos, y comprendió.
Comprendió, lo mismo que había comprendido la Virgen, que ya majestuosa se alejaba con su mágica cadencia. El año próximo volvería como Ella a sentir la Navidad.
Artesana, 2007
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