El asilo -glosa de Béquer-
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El asilo -glosa de Béquer-
El asilo
Espiaban mis ojos
los vidrios abiertos,
y asomé la cara
detrás del lienzo;
alguien sollozando,
desgarró el silencio,
hasta la otra alcoba
sus lloros salieron.
Suplicaba un vaso;
yo, aferrado al suelo,
vi como arrojaba
vómito en el lecho.
Se me heló la sombra
y sentí que a intérvalos
una ansiedad rígida
me agitaba el cuerpo.
Allí ya no hay día
último o primero.
Esos negros ruidos,
en mi blanco pueblo,
eran un contraste,
mas, visto el misterio,
de aquellas tinieblas,
escapé al momento.
Tan solos, tan solos,
no están ni los muertos.
Artesana, 31-1-16
.
RIMA LXXIII
Cerraron sus ojos
que aún tenía abiertos,
taparon su cara
con un blanco lienzo,
y unos sollozando,
otros en silencio,
de la triste alcoba
todos se salieron.
La luz que en un vaso
ardía en el suelo,
al muro arrojaba
la sombra del lecho;
y entre aquella sombra
veíase a intérvalos
dibujarse rígida
la forma del cuerpo.
Despertaba el día,
y, a su albor primero,
con sus mil rüidos
despertaba el pueblo.
Ante aquel contraste
de vida y misterio,
de luz y tinieblas,
yo pensé un momento:
—¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!
Bécquer
Espiaban mis ojos
los vidrios abiertos,
y asomé la cara
detrás del lienzo;
alguien sollozando,
desgarró el silencio,
hasta la otra alcoba
sus lloros salieron.
Suplicaba un vaso;
yo, aferrado al suelo,
vi como arrojaba
vómito en el lecho.
Se me heló la sombra
y sentí que a intérvalos
una ansiedad rígida
me agitaba el cuerpo.
Allí ya no hay día
último o primero.
Esos negros ruidos,
en mi blanco pueblo,
eran un contraste,
mas, visto el misterio,
de aquellas tinieblas,
escapé al momento.
Tan solos, tan solos,
no están ni los muertos.
Artesana, 31-1-16
.
RIMA LXXIII
Cerraron sus ojos
que aún tenía abiertos,
taparon su cara
con un blanco lienzo,
y unos sollozando,
otros en silencio,
de la triste alcoba
todos se salieron.
La luz que en un vaso
ardía en el suelo,
al muro arrojaba
la sombra del lecho;
y entre aquella sombra
veíase a intérvalos
dibujarse rígida
la forma del cuerpo.
Despertaba el día,
y, a su albor primero,
con sus mil rüidos
despertaba el pueblo.
Ante aquel contraste
de vida y misterio,
de luz y tinieblas,
yo pensé un momento:
—¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!
Bécquer
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