Martín y la verja verde
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Martín y la verja verde
Martín y la verja verde
Martín es el tercero de mis perros, un proyecto de pastor alemán, por ahora solo una bola negra con los dorados fuegos de su raza. Es precioso y con estampa, una hermosura de perro. Y los ojos..., ¿qué decir de los ojos de un cachorro?, dos espejos donde la ternura juega con la picardía a hacer mohínes entre arrepentimiento y fechoría.
Nos ha adoptado él a nosotros, vemos que en casa es feliz y que, como a todos los perritos, lo que más le gusta es el paseo. Sale del portal como una centella, entra en los parterres cuajados de flores y se revuelca en el césped buscando con la trufa suave de su hocico los densos olores del jardín. Pero la verja verde de la urbanización, siendo la ansiada salida al paseo del parque, es también su mayor problema, porque -según deducimos- tiene miedo a traspasarla, no sea que se lo lleven de nuevo a la jaula del criadero. Solo sale en brazos y, si durante el paseo se pasa cerca, corre hacia ella negándose a seguir.
Esta tarde, ya fuera del jardín, llega de árbol en árbol hasta la rotonda. Allí el templete de música, mudo, nos ve pasar bajo sus arcos de hierro rojo y volver sobre nuestros pasos para dar la segunda vuelta. Martín pasa por delante de la temida puerta, se detiene en el macizo de petunias, mira sus hierros largamente, después nos mira un instante breve con -lo que me parece- una especie de complicidad perruna y sin más dilaciones, retomando su trotecito alegre sigue el camino del estanque delante de nosotros.
"¡Vaya! -dice mi marido-, el 'niño' ya sabe que está en casa".
Reímos mientras él olisquea, a lo suyo, los restos de sus vecinos perrunos.
Artesana, 21-1-14
Martín es el tercero de mis perros, un proyecto de pastor alemán, por ahora solo una bola negra con los dorados fuegos de su raza. Es precioso y con estampa, una hermosura de perro. Y los ojos..., ¿qué decir de los ojos de un cachorro?, dos espejos donde la ternura juega con la picardía a hacer mohínes entre arrepentimiento y fechoría.
Nos ha adoptado él a nosotros, vemos que en casa es feliz y que, como a todos los perritos, lo que más le gusta es el paseo. Sale del portal como una centella, entra en los parterres cuajados de flores y se revuelca en el césped buscando con la trufa suave de su hocico los densos olores del jardín. Pero la verja verde de la urbanización, siendo la ansiada salida al paseo del parque, es también su mayor problema, porque -según deducimos- tiene miedo a traspasarla, no sea que se lo lleven de nuevo a la jaula del criadero. Solo sale en brazos y, si durante el paseo se pasa cerca, corre hacia ella negándose a seguir.
Esta tarde, ya fuera del jardín, llega de árbol en árbol hasta la rotonda. Allí el templete de música, mudo, nos ve pasar bajo sus arcos de hierro rojo y volver sobre nuestros pasos para dar la segunda vuelta. Martín pasa por delante de la temida puerta, se detiene en el macizo de petunias, mira sus hierros largamente, después nos mira un instante breve con -lo que me parece- una especie de complicidad perruna y sin más dilaciones, retomando su trotecito alegre sigue el camino del estanque delante de nosotros.
"¡Vaya! -dice mi marido-, el 'niño' ya sabe que está en casa".
Reímos mientras él olisquea, a lo suyo, los restos de sus vecinos perrunos.
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