Martín y la televisión
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Martín y la televisión
Martín y la televisión
Jara y sedal nos trae el campo a casa. Los pájaros cantan en estéreo, las flores estallan de color con el brillo especial que da la pantalla Full HD y hasta se diría que se huele el tomillo entre las retamas. Nuestro cuarto con ventana al cuidado parque se asoma un ratito a la naturaleza natural y libre.
Una tarde de otoño, mientras, por la ventana que da a la calle, llovía a cántaros y el frío viento terminaba de arrancar las doradas hojas de las ramas, colgadas ya de un débil hilo tembloroso; por la ventana virtual, Los perros, en un día esplendoroso, seguían el inconfundible -para sus hocicos- rastro de una liebre. La pantalla, verde como una esmeralda, contrastaba con el gris que asomaba tras nuestros cristales, verdaderos ojos a nuestro mundo real.
Martín, estaba tumbado a mi lado, resignado a no dar los largos paseos del buen tiempo. El programa mostraba una perrita pastora que marcaba concentrada una presa para su dueño con la pata levantada; enmarcada en ese paraíso terrenal del bosque mediterráneo. Tan grande y atrayente era el plano que no pude evitar incorporarme en el asiento y llamar al perro para que la viera.
Sin saber muy bien lo que quería, pero acostumbrado a interesarse por todo al instante, se acercó a la televisión. La miró indiferente; parecía que no veía nada. Sin embargo, demostraba oírla; gimió levemente, estiró, más si cabe, las negras orejas y ladeó la cabeza como para captar mejor los sonidos. La perrita televisiva volvió a ladrar: "ves, te llama; mira que bonita es". Me miró, miró la tele, se acercó a ella cauteloso..., la olió dos veces y me soltó con cara de conmiseración: "no ves que no hay nada".
Eso en realidad no lo dijo, pero a veces este perro no necesita hablar, sus ojos hablan por él.
Artesana, 28-1-20
Jara y sedal nos trae el campo a casa. Los pájaros cantan en estéreo, las flores estallan de color con el brillo especial que da la pantalla Full HD y hasta se diría que se huele el tomillo entre las retamas. Nuestro cuarto con ventana al cuidado parque se asoma un ratito a la naturaleza natural y libre.
Una tarde de otoño, mientras, por la ventana que da a la calle, llovía a cántaros y el frío viento terminaba de arrancar las doradas hojas de las ramas, colgadas ya de un débil hilo tembloroso; por la ventana virtual, Los perros, en un día esplendoroso, seguían el inconfundible -para sus hocicos- rastro de una liebre. La pantalla, verde como una esmeralda, contrastaba con el gris que asomaba tras nuestros cristales, verdaderos ojos a nuestro mundo real.
Martín, estaba tumbado a mi lado, resignado a no dar los largos paseos del buen tiempo. El programa mostraba una perrita pastora que marcaba concentrada una presa para su dueño con la pata levantada; enmarcada en ese paraíso terrenal del bosque mediterráneo. Tan grande y atrayente era el plano que no pude evitar incorporarme en el asiento y llamar al perro para que la viera.
Sin saber muy bien lo que quería, pero acostumbrado a interesarse por todo al instante, se acercó a la televisión. La miró indiferente; parecía que no veía nada. Sin embargo, demostraba oírla; gimió levemente, estiró, más si cabe, las negras orejas y ladeó la cabeza como para captar mejor los sonidos. La perrita televisiva volvió a ladrar: "ves, te llama; mira que bonita es". Me miró, miró la tele, se acercó a ella cauteloso..., la olió dos veces y me soltó con cara de conmiseración: "no ves que no hay nada".
Eso en realidad no lo dijo, pero a veces este perro no necesita hablar, sus ojos hablan por él.
Artesana, 28-1-20
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